La Gran Fiesta de las Figuras
Había una vez, en un rincón brillante del cuaderno de matemáticas, un pequeño pueblo llamado Geometrilandia. Allí vivían muchas figuras geométricas: el Círculo, el Cuadrado, el Triángulo, el Rectángulo y hasta el Travieso Trapecio.
Cada figura tenía su propia forma y talento.
—Yo soy el más importante —decía el Cuadrado—. Tengo todos mis lados iguales y formo cajas fuertes.
—¡Pero yo ruedo sin parar! —respondía el Círculo—. Sin mí, no habría ruedas ni relojes.
—¡Alto ahí! —interrumpía el Triángulo—. Yo soy el más fuerte: sin triángulos, los puentes se caerían.
Así, cada figura pensaba que era la mejor. Nadie se escuchaba. Nadie ayudaba. La amistad se estaba rompiendo.
Un día, la Señora Regla, la sabia del pueblo, anunció una Gran Fiesta Geométrica.
—Solo funcionará si todas las figuras trabajan juntas —dijo con voz firme—. Cada uno tiene algo que aportar.
Los primeros en llegar fueron el Círculo y el Cuadrado. El Cuadrado construyó mesas resistentes. El Círculo hizo globos redondos que flotaban por el aire. El Triángulo usó su forma para construir una gran carpa fuerte. El Rectángulo hizo pancartas largas y coloridas. Incluso el pequeño Trapecio decoró los bordes con formas divertidas.
Cuando la fiesta comenzó, todos quedaron asombrados. ¡Qué hermoso era todo cuando trabajaban juntos! Ya no importaba quién tenía más lados, quién rodaba, o quién era más alto.
—¡Lo hicimos entre todos! —gritó el Triángulo.
—¡Somos diferentes, pero igual de valiosos! —dijo el Círculo, feliz.
Desde ese día, las figuras geométricas aprendieron algo muy importante:
La igualdad no significa ser iguales por fuera, sino saber que todos valen lo mismo por dentro.
Y así, en Geometrilandia, la amistad volvió a brillar, como un dibujo lleno de colores, formas… y respeto.
Fin.

